
Jason Hanson, conocido como Corsetman
Imagina que eres de Oklahoma (EE.UU.), que un buen día llegas a tu casa y escuchas ruidos en uno de los dormitorios. Te temes lo peor, te acercas a la puerta, echas una mirada…
Y te encuentras con el hombre que véis en la foto vaciando los cajones de la cómoda y metiéndose entre sus ropas braguitas, sujetadores, medias y frascos de loción.
Después de ver eso te preguntas muchas cosas (y seguramente la última será cómo ha llegado ese sujeto a entrar en tu hogar). No sabes si telefonear a la policía, al manicomio más cercano o a la tienda de ropa interior de la esquina. Finalmente, y porque el número es más corto, llamas a la policía.
La policía llega al poco tiempo a tu casa, más por curiosidad que por el hecho de cumplir con el deber (todo hay que decirlo). Los agentes, extrañados, se encuentran con que estás hablando amigablemente con el ladrón (no se te había ocurrido otra forma de retenerle que “darle charleta”).
El singular personaje que ha violado la integridad de tu hogar se llama Jason Hanson y parece un tipo pasado de rosca, pero no del tipo que acuchilla biblias y planta potos en tu jardín.
La policía, lamentando acabar con el amigable momento, procede a registrar a Jason: va sacando ropa interior de varios tipos, sensuales medias… yendo un poco más allá los agentes notan algo extraño bajo las ropas del ladró; y comprenden el por qué de la cintura de avispa del señor Hanson.
Jason llevaba un corsé, y no sólo eso: también embellecía sus piernas con un par de delicadas medias. En efecto Jason no robaba la ropa para venderla en un mercadillo o darse algún placer: lo hacía para llevarla puesta.
La policía entonces pregunta la razón de esa “vestimenta íntima”, tú escuchas antentamente las palabras de Jason: “Un desconocido me dijo en una gasolinera que esto estaba bien”.
Por supuesto, los agentes se lo llevan a la comisaría. Y lo último que sabes de Jason es que parecía estar bajo la influencia de algún estupefaciente. Quizá de esa droga que se llama “Glamour”.
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